Publicado en El Nuevo Herald el 19 de junio del 2020.
En el código genético del castrochavismo están inscritos el fraude electoral, la represión y corrupción. Eso se repite hasta la náusea.
En estas semanas habían arrancado una maniobra astuta: seducir a algunos adversarios para dividir al sector democrático, usar su Tribunal Supremo de Justicia domesticado para crear un Consejo Nacional Electoral ilegal y, lo más mañoso, convocar unas elecciones que le permitieran a la narcodictadura impostar frente al mundo un antifaz institucional.
Todo les estaba saliendo a gusto. Los líderes democráticos genuinos estaban empantanados en la pesadez burocrática y el acoso represivo feroz. Y de súbito le apareció a la narcodictadura un aliado oportuno, el virus chino, que obligó a la gente al encierro y, por ende, amainar las protestas.
Pero he aquí que al castrochavismo le brotó su inescapable naturaleza. Empezaron a robarse los símbolos, propiedades y cargos de los partidos legítimos (Por ahora Acción Democrática y Primero Justicia, después los otros), para asegurarse de que no hubiera modo de perder la elección parlamentaria convocada de modo inconstitucional. Así se burlaron del pueblo y también de aquellos adversarios que por aturdidos o viveza criolla, usaron para su maniobra de patas cortas.
La Asamblea Nacional y el gobierno legítimo de Juan Guaidó están dispuestos a ir a unas elecciones parlamentarias legales y confiables. Para eso son irrenunciables unas condiciones mínimas:
Un CNE imparcial designado por la Asamblea Nacional, como establece la Ley. Reincorporación de los diputados presos, refugiados en embajadas o exiliados. No inhabilitación de partidos o candidatos. Revisión del registro electoral. Garantía del voto para los millones de venezolanos de la diáspora. Observación internacional…
El castrochavismo como Jalisco “cuando pierde arrebata”. Por eso no cumplirá ninguna condición democrática mínima. Por eso hay que promover la movilización popular masiva y permanente. Así será que saldremos de la pesadilla.
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