Publicado en El Nuevo Herald el 26 de marzo del 2020. Leer en El Nuevo Herald.
Traspasó la posteridad el reclamo de Marco Tulio Cicerón en el Senado romano: “Quousque tandem abutere Catilina patientia nostra” (¿Hasta cuándo Catilina abusas de nuestra paciencia?).
Lucio Sergio Catilina fue un militar que conspiró contra la república romana. Cicerón derrotó el complot con sus discursos, llamados las “catilinarias”.
La frase hoy se puede ajustar al gran desafío chino a humanidad de estos tiempos. Desde hace casi noventa años el comunismo maoista oprime a China y en los que corren amenaza al resto del mundo. Y es que se operó en ellos un cambio gatopardiano:
El régimen chino actual combina lo más infame del comunismo represivo con lo peor del capitalismo salvaje. Socialmente son un conglomerado enorme sometido a un pensamiento único, regimentado, manipulado, reprimido, aterrorizado y melancólico.
En lo económico han tenido un crecimiento vertiginoso gracias a la economía de mercado (eso sí, vigilada por el Partido Comunista), al saqueo disfrazado de cooperación de las naciones necesitadas y a la codicia de los occidentales que, con tal de ganar dinero, no les importa negociar con quienes esclavizan a sus trabajadores e irrespetan los derechos humanos.
Ahora China trata de ocultar su responsabilidad en la propagación mundial del corona virus o virus chino. Ellos ocultaron, no se sabe si por negligencia o alevosía, o ambas a dos, el nacimiento del flagelo en su territorio, lo que abrió las compuertas para la inundación viral por los cuatro puntos cardinales del planeta.
Los embajadores de China en Perú y España, tildan de xenófobos y racistas a sus críticos. Incluso al Nóbel de Literatura Mario Vargas Llosa. Pero tales calificativos son disparatados, ridículos y mañosos.
En mi caso amo a los chinos democráticos de Taiwan y Hong Kong y, desde luego, a los chinos continentales humillados por el comunismo.
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