Publicado en El Nuevo Herald el 21 de febrero del 2020. Leer en El Nuevo Herald.
En el marco de lapolítica como espectáculo, a algunos les pareció normal, necesario y hasta divertido, que el presidente Trump dejara con la mano extendida a la señora Pelosi, y ella ripostara rompiendo el discurso del mandatario, la noche del informe del estado de la Unión.
Pero la crispación a que ha llegado la política de Estados Unidos, a mí, que vengo de Venezuela y “estoy picado de culebra”, me causó alarma y desazón. Norteamérica ha sido hasta ahora locomotora de la democracia planetaria, precisamente por su bipartidismo, diálogo y convivencia.
En estos tiempos rabiosos y turbulentos, demandar tolerancia no solo parece ingenuo, sino que puede ser hasta riesgoso. Los dogmáticos, excluyentes, fanáticos, indignados y revanchistas, se han adueñado del escenario social. Ahora si es verdad que “se subió la gata a la batea”.
Por eso provoca enaltecer a modélicos pacifistas de todas las épocas:
A Demóstenes y Cicerón que defendieron a Atenas y Roma con discursos y sin violencia. A Triboniano que nos descubrió que la justicia era dar a cada quien lo que le corresponde. A Lincoln que recordó que una casa dividida no puede sobrevivir. A Juárez que nos enseñó que el respeto al derecho ajeno es la paz. Al mariscal Sucre que, como el Pericles Ateniense, cuando dejó el poder en Bolivia se congratuló de qué ninguna madre, esposa o hermana, había sufrido por culpa de su gobierno.
A Gandhi que apenas con desobediencia derrotó a un gran imperio. A Mandela que salió de la cárcel a trabajar con sus enemigos. A Martín Luther King que soñó y logró la igualdad de derechos. A Angela Merkel que arriesga su caudal político para amparar a los refugiados.
Y al apóstol Martí, que luchó por amor al prójimo como pidió nuestro redentor Jesucristo.
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