Publicado en El Nuevo Herald el 19 de agosto 2016:
Hay fechas de fechas. Algunas que marcan el principio del fin de un dominio ominoso. El 6 de junio de 1944 fue el Día D, la invasión a Normandía por los aliados, que terminó dando al traste con el régimen criminal de Hitler. El 19 de abril de 1810 se alzaron los caraqueños y, en poco tiempo, se desplomó el oprobio de la monarquía española sobre su colonia venezolana.
Salvando las distancias, el 1 de setiembre de 2016 puede ser un día decisivo en la historia de Venezuela. Si el pueblo se moviliza multitudinariamente en defensa de su derecho al revocatorio, una salida electoral y pacífica para la pesadilla castrochavista, seguramente le vamos a ahorrar a nuestro país el baño de sangre a que están dispuestos para mantenerse en el poder, Maduro, Padrino y demás esbirros de Raúl Castro.
Ya el 11 de abril de 2002, con una marcha masiva, el pueblo sin violencia, sacó del mando al comediante eterno Hugo Chávez. No hay que olvidarlo. Si ese clamoroso episodio terminó en fracaso, fue por la incompetencia de los amateurs, adalides de la anti política, que estuvieron al frente del proceso. Pero tal disparate no tiene porque repetirse.
La marcha del 1 de setiembre será pacífica, alegre y concurrida. Es el pueblo y no golpistas trasnochados, el que tiene que imponer en la calle el revocatorio. El gobierno trata de meter miedo, anunciando represión y tildando la marcha de subversiva. Para ellos todo lo que no sea obedecerles es sedicente.
Pero ya no hay espacio para el miedo y la apatía. En Venezuela la humillación de la escasez, corrupción, inseguridad y otros males derivados del fracaso castrochavista, son insoportables.
Es la calle para obligar al revocatorio, para rescatar la Democracia, o el caos, la desolación y el hambre permanentes.