Publicado en El Nuevo Herald el 24 de junio del 2016:
Uno de estos años maltratados publiqué, por cuenta y riesgo de mi bolsillo precario, una obra denominada Caballeros andantes, los 101 libros que todos podemos leer en esta vida. Con su proverbial generosidad, mi héroe intelectual, Carlos Alberto Montaner, escribió el prólogo de la mentada obra.
El propósito era contribuir a que los jóvenes, sobre todo los inclinados al trajín político, se interesaran en la lectura. Y es que un político inculto no solo es horrísono, si no también pernicioso.
En la introducción del libro tuve el atrevimiento de postular:
“Solo la lectura, con su llamado de reposo, reflexión y análisis, permite informarse cabalmente, educarse, vale decir: evaluar el contenido de datos, hechos y sucesos, hacer comparaciones, sopesar causas y consecuencias de las noticias que la banalidad audiovisual nos presenta aisladas, sin contorno, fuera de contexto.
Leer desarrolla la inteligencia, impide la limitación verbal y de razonamiento, despierta la imaginación, abarata el entretenimiento, estimula la creatividad y el espíritu crítico, dota de capacidad comunicativa y de persuasión y, lo más importante, nos contacta con gente, comunidades y culturas, con las cuales de otro modo no hubiéramos podido tener conexión válida”.
Y el atractivo de los libros comienza por los títulos afortunados, evocadores, llamativos, verbigracia:
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, del español Cervantes; Historia universal de la infamia, del argentino Jorge Luis Borges; El corazón de las tinieblas, del británico-polaco Joseph Conrad; El reino de este mundo, del cubano Alejo Carpentier; La guerra del fin del mundo, del peruano Vargas Llosa; Cien años de soledad, del colombiano García Márquez;Los monederos falsos, del francés André Gide; Sor Juana Inés de la Cruz y las trampas de la fe, del mexicano Octavio Paz; Harún y el mar de las historias, del hindú Salman Rushdie…