Publicado en El Nuevo Herald el 13 de mayo del 2016:
El polígrafo venezolano Arturo Uslar Pietri, ganador del premio Prìncipe de Asturias, que de escritura y otras materias harto entendía, aseguró que en la literatura universal hay cuatro figuras cimeras: el Fausto de Goethe, el Don Juan de Tirso de Molina, el Hamlet de Shakespeare y, desde luego, el Quijote, del reconocido padre de la lengua castellana, Miguel de Cervantes.
Y es que ese personaje desfacedor de entuertos, altruista, alucinado, justiciero, descalabrado y esencialmente libre, que es el Quijote, solo podía ser creado por un hombre acontecido, culto de su propio esfuerzo, tolerante, diverso e itinerante como Cervantes.
El prometeico hijo de Alcalà de Henares, sufrió cárcel, ese lugar “donde toda incomodidad tiene su asiento”, estuvo esclavizado en Argel, sirvió en Roma, combatió en Tùnez y, sobre todo, en la batalla naval de Lepanto, donde èl perdió un brazo pero se salvò la Cristiandad, suceso que describió como “la màs alta ocasión que vieron los siglos pasados”.
“Libre nacì y en la libertad me fundo”, proclamò Cervantes. Su espíritu libertario y su compromiso con la lectura (“Como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles…”), su vida de escasez, humillaciones y desafíos, toda esa experiencia variadísima le permitiò escribir la obra, que resiste los tiempos como linterna de la humanidad.
Por eso su Quijote es vocero de libertad, un sujeto tolerante que no se deja confundir por la realidad engañosa (“Sancho, eso que a ti te parece bacìa de barbero, me parece a mi el yelmo Mambrino y a otro le parecerà otra cosa”.
Byron, Hegel, Ortega, Unamuno, Heine, Faulkner, Borges, Lorca, Fuentes, Darìo, Vargas Llosa, entre cientos de virtuosos de las letras, han celebrado el genio de Cervantes y su personaje.
E inevitablemente el amor también aparece, a través de Dulcinea, porque el Quijote le puso ese nombre, que “pareciòle músico y peregrino”.