Publicado en El Nuevo Herald el 26 de agosto 2016:
En estos tiempos de padecimiento económico extremo, Brasil invirtió decenas de miles de millones de dólares en un Mundial de Fútbol y unos Juegos Olímpicos, que no podía permitirse. El despropósito fue posible por el delirio imperial de Lula Da Silva y la docilidad de su subalterna, Dilma Roussef.
Y las Olimpíadas brasileras no fueron ni un éxito ni un fracaso total. El atentado terrorista de gran magnitud que se esperaba, afortunadamente no ocurrió. Esto tuvo mucho que ver con el acierto de las autoridades de Brasil, de contratar una empresa especializada de Israel, para garantizar la seguridad del evento.
El triunfo de Estados Unidos fue clamoroso y contundente. Casi duplicó en medallas a los que empataron el segundo lugar. La reina de los Juegos fue su gimnasta Simone Biles y su nadador Michael Phelps, se consagró como el mejor atleta olímpico de todos los tiempos. Tal como se esperaba, su selección de baloncesto arrasó.
Vale la pena recordar que en EEUU el deporte es un asunto bajo control de la sociedad y no del estado (observemos que en naciones como Rusia, China, Corea del Norte y Cuba, los deportistas son manipulados por gobiernos abusadores).
Lo más destacable de Latinoamérica, fue la medalla de oro de Brasil en fútbol, que tanto se le había escapado en las otras olimpíadas (también ganaron en volibol). Y desde luego, el sorpresivo y emocionante triunfo de la tenista boricua, Mónica Puig. Y no se debe dejar de mencionar la medalla de plata del recuperado tenista argentino, Juan Martín Del Potro.
Y era inevitable, la nota desdorosa tenía que ponerla el castrochavismo. Una atleta mediocre de Venezuela, de apellido Benítez, para esconder su derrota en la competencia, insultó al presidente de Brasil y se dedicó a adular a la defenestrada por malversadora, Dilma Roussef.