Publicado en El Nuevo Herald el día 08 de julio del 2016:
Antes de mil años estaremos mudándonos de la tierra, auguran algunos sabios. Otros anuncian que antes de quinientos ya no habrá gente de carne y hueso, si no desangelados robots en el planeta. Yo deploro y repudio esos vaticinios. Prefiero creer que el ser humano no perpetrará un suicidio multitudinario.
Aunque nos adentremos en los misterios siderales, no será necesario que abandonemos esta esfera azul tan propicia. Aquí estarán nuestros descendientes hasta el día del Juicio Final.
Tampoco los androides suplantarán hasta el dominio a los seres humanos. Seguiremos siendo racionales y creativos, sensuales, sensoriales, sentimentales, sensibles y sensitivos. No me quiero imaginar a mis bisnietos haciendo el amor con unas máquinas.
Y nutre mi optimismo apasionado, la noticia de que el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), descubrió que la brecha en la capa de ozono de la atmósfera se ha reducido en más de 4 millones de kilómetros cuadrados (algo así como el tamaño de Argentina). Una prueba o indicio de la fugitiva vocación suicida de la humanidad.
Desde el Protocolo de Montreal (1987), las naciones golpearon la producción de gases halones y clorofluorocarbonos (CFC) que rompían la capa de ozono, dejaban entrar los rayos ultravioleta, con sus secuelas de enfermedades para la gente y daños al clima, bosques, aguas y aire. La reducción de los CFC explica el avance del cierre del agujero en la capa de ozono.
Emponzoñados en la banalidad y el escándalo, los medios de comunicación no le han dado a esta noticia el relieve que merece. Pero la cicatrización en la capa de ozono, es más importante que las acrobacias ideológicas de Pablo Iglesias en España, el matrimonio, divorcio o infidelidad de una estrella de cine, la renuncia de Messi a su selección nacional, o los mensajes odiosos de un showman como Trump.