Difìcil olvidar las conversaciones en las noches de Sabana Grande con Mauricio Walerstein, mexicano versàtil y enciclopèdico, en los irrepetibles años setenta de la centuria pasada. No es exagerado decir que por lo general lo que manda Mèxico para Venezuela, es grato y valioso.
Mauricio fue pionero y paladín del nuevo cine venezolano y, desde luego, latinoamericano. Su talento quedó asociado a filmes como “Cuando quiero llorar no lloro”, “La Quema de Judas”, “Crònica de un subversivo latinoamericano” (la preferida por “fresca, irreverente y mejor narrada”, según sus propias palabras), “La empresa perdona un momento de locura”, “Eva, Julia y Perla”, “Macho y hembra”, “De mujer a mujer”, “Travesìa del desierto”, “Juegos bajo la luna”…
Sus colegas y amigos Thaelman Urgelles y Malena Roncayolo, nos presentan al Mauricio de Mèxico y Venezuela:
“En una breve frase, es imposible imaginar al cine venezolano de hoy sin la presencia de Mauricio Walerstein. Francamente, no sè cuàl habrìa sido el destino de quienes pudimos cumplir nuestro sueño de hacer películas de verdad, si aquel joven cineasta mexicano no hubiese decidido abandonar la privilegiada posición que tenía en su país natal, donde era el heredero de la principal casa productora en una industria cinematográfica de verdad, para radicarse en uno donde la producción de películas se reducía a unos cuantos cortometrajes, y a heroicas epopeyas para hacer un largometraje artesanal y cooperativo, cada dos o tres años”.
Se nos fue Mauricio creador y atrevido. Nos quedan sus películas, sus hijos y su esposa Marisela Berti, esa actriz criolla refulgente que tanto queremos.