Ganó Macri, buena noticia para Argentina y todo el continente. Se inicia un período de cambios en libertad y con moderación para ese enorme y querido país austral. Arrancará también la estrategia de saboteo implacable del populismo peronista a las reformas modernizadoras de Mauricio Macri, y a su empeño en que se respeten los derechos humanos en la región.
Así son los peronistas, un desastre cuando gobiernan, unos demagogos encanallados cuando están en la oposición. En Venezuela se dice: ni lavan ni prestan la batea.
Luis Almagro, ex canciller uruguayo y dirigente socialista de vocación democrática, como secretario general trata de sacar a la OEA del foso en que la hundieron el derechista César Gaviria y el izquierdista José Miguel Insulza.
Por eso Almagro le reclamó al gobierno venezolano y a su dócil Consejo Nacional Electoral, que cese el ventajismo y el atropello y permita una observación internacional independiente y experimentada, es decir la de la OEA y la Unión Europea. Pero Maduro solo acepta la complaciente de Ernesto Samper y Leonel Fernández, enviada por UNASUR.
Mientras tanto, José Mujica, ex presidente de Uruguay, se niega a recibir a la esposa de Leopoldo López y crítica a su compañero Luis Almagro, por su digna y valiente posición en defensa de la transparencia electoral el 6 de diciembre en Venezuela.
Mujica, que creíamos ya inevitablemente democrático, reaccionó con los reflejos del antiguo terrorista tupamaro que fue en el pasado. Hoy en día es un anciano viudo de Lenín y Castro, chantajeado por la extrema izquierda de su partido y dominado por su mujer, la senadora marxista Topolansky.
Cuando la FIFA castigó, a mi juicio exageradamente, al delantero de la Selección Nacional de Fútbol de Uruguay, Luis Suárez, por morder a otros jugadores en el campo, José Mujica declaró que los directivos de la FIFA eran unos hijos de puta.
Es posible que en su afirmación Mujica haya estado atinado, pero uno se pregunta:
¿De quién será hijo José Mujica?