5 de julio de 2015
Ocurrió un día luminoso, el 5 de julio, del amable verano caraqueño de 1811:
“Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias unidas son, y deben ser desde hoy, Estados libres, soberanos e independientes y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o dijeren sus apoderados o representantes, y que como tal Estado libre e independiente tiene un pleno poder para darse la forma de gobierno que sea conforme a la voluntad general de sus pueblos, declarar la guerra, hacer la paz, formar alianzas, arreglar tratados de comercio, límites y navegación, hacer y ejecutar todos los demás actos que hacen y ejecutan las naciones libres e independientes”.
Así se concreto la hazaña civil de la independencia de Venezuela. No fue un estallido ni una batalla, sino la acción de hombres sabios y constitucionalistas. Acostumbrados al estudio, el trabajo y la brega por el libre comercio.
Desde niño nos enseñaron la historia como la épica de guerreros cuyo arrojo nos concedió la libertad. No queremos escatimar el mérito de nuestros hazañosos militares de entonces, más es de rigor insistir en el protagonismo de los héroes civiles en la construcción de la nueva patria.
Además, muchos de los grandes caudillos de la guerra actuaron posteriormente como, si con sus servicios, hubieran conquistado para ellos y sus descendientes el derecho a gobernar sin control.
Pero el 5 de julio de 1811, no se puede entender sin el versátil Francisco de Miranda, un militar sin dudas, con experiencias bélicas en el Caribe, el norte de Africa, los ejércitos independentistas de Estados Unidos y la Revolución Francesa, Rusia y, por añadidura, generalísimo de la emancipación venezolana.
Pero Miranda fue sobre todo un intelectual, constitucionalista de rango, músico, crítico de arte y político avezado. Casi cien libros, la Colombeia, escribió para el provecho de la América libre. El 5 de julio estuvo alumbrado por su presencia didascálica.
Sin Juan Germán Roscio, este guariqueño hijo de un milanés y una india, clave para la redacción del la genuina Constitución originaria que hemos tenido; el secretario del Congreso Constituyente, Francisco Isnardi un italiano libertario y aventurero; Miguel José Sanz, de cuya sabiduría y talento dan fe los reconocimientos del Barón de Humboldt y el naturalista Dupons; y otros grandes civiles como el presidente del Congreso, el barinés José Antonio Rodríguez Domínguez; el maestro Fernando Peñalver, cuya vida discurrió entre las provincias de Barcelona y Valencia; Francisco Javier Ustáriz, Gabriel de Ponte y todo un elenco de patriotas inspirados.
Y por los pliegues de la mente y de la vida de esos recios parlamentarios constituyentes, gravitaba el ejemplo de maestros clarividentes como Fray Francisco de Vitoria, Andrés Bello, Alejandro de Humboldt, Simón Rodríguez, José María Vargas, los vanguardistas de las independencias de Estados Unidos, de Haití y de la Revolución Francesa.
Sin ellos no se puede comprender a cabalidad el proceso que nos hizo libres, como tampoco sería posible entender el de Cuba sin el padre Varela y el apóstol José Marti, o el de México sin Hidalgo, Morelos y Benito Juárez.
En la Declaración de Independencia del 5 de julio de 1811, por no ser miembro del Congreso, al libertador Bolívar, activista destacado de la Sociedad Patriótica, le correspondió el rol de actor secundario.
Y Bolívar tenía claro que una nación no se construye con guerreros ni en los castros o campamentos. El sabía que la garantía de una libertad perdurable descansaba en las instituciones civiles, en el ejercicio de la Democracia y el pluralismo.
Calamidades flagelantes de nuestro navegar republicano han sido el militarismo, con sus compañeros el populismo, la intolerancia, estatismo y corrupción.
Más que un militar Simón Bolívar fue un político. El mismo lo señaló con esta reveladora confesión:
“Santander es el hombre de las leyes, Sucre el de la guerra y yo soy el hombre de las dificultades”.
Y es que el trabajo de un político, un estadista, es lidiar con las dificultades, conciliar, limar crispaciones, lograr consensos. Evitar la aniquilación del adversario. En fin, ser vocero de la tolerancia y obrero de la convivencia ciudadana.
Hoy, 5 de julio de 2015, cuando estamos abrigados por el rutilar del Foro Internacional LA DEMOCRACIA NO TIENE FRONTERAS: VENEZUELA NO ESTA SOLA, es de justicia y de solera, recordar que la patria, es decir la convivencia democrática, es un desafío civil que nos compromete a todos.