Publicado en El Nuevo Herald el 12 de junio del 2020.
En uno de esos portales digitales “al dente”, que ahora pululan, mediante un artículo pedante y laberíntico, un opinador llamaba a matar de nuevo al libertador del mediodía de América, Simón Bolívar. Se entiende que el escritor no quería asesinar a un muerto, sino sencillamente borrar su legado.
Al emancipador Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios (que por rango aristocrático también era Ponte y Blanco), en vida le llovieron enemigos y en la muerte no lo dejan descansar en paz. La última agresión se la hicieron Hugo Chávez y unos babalaos cubanos, que profanaron sus restos para que la fuerza del libertador se traspasara al delirante caudillo neocomunista.
Para despejar dudas sobre la obra y valores de Bolívar, en el año de gracia de 2003 escribí un libro, “El falso retrato de Simón Bolívar”, que intenta demostrar que entre Chávez, Fidel Castro y otros mandamases del socialismo del siglo XXI, no hay nada en común.
El libertador no puede ser culpable del uso de su nombre para justificar tropelías ni despotismos. Ni se puede pretender que su ideario sea intemporal y para compromisos dogmáticos. Que se pueda evaluar su obra con las exigentes valoraciones actuales. En tal sentido hace unos años sostuve un debate provechoso para mí, con el excelso historiador argentino, José Ignacio García Hamilton, en el programa de Radio Caracol de Miami, del entrañable Enrique Córdoba.
Los enemigos de Simón Bolívar son los que quieren confiscar su nombre para sus propósitos deletéreos; los que quieren darle un trato de semidios infalible; y algunos académicos respetables y otros no tanto, que se empeñan en disminuir su obra monumental en la cual, por cierto, no dejan de estar presente errores también enormes.
¡Dejemos que Simón Bolívar y su gloria descansen en paz ad aeternum!
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