Publicado en El Nuevo Herald el 15 de mayo del 2020.
Alvaro García Linera, el agente comunista que La Habana le impuso como vicepresidente a Evo Morales, cierta vez caracterizó la situación de Bolivia como “empate catastrófico”: el gobierno no podía extinguir a la oposición democrática ni esta derrotar la dictadura. Al fin cambiaron las cosas en La Paz, pero en Venezuela seguimos empantanados en ese empate horrísono.
La narcodictadura tiene el poder de fuego y represión y cuenta con el apoyo de terroristas internacionales y de gobiernos autoritarios como Rusia, China, Irán y Turquía, y con la indolencia algunos gobiernos democráticos. Por eso se sostiene a pesar de la espantosa ruina económica, política y moral que padecen los venezolanos.
Nosotros, gracias a la estrategia de lucha pacífica y electoral hemos recuperado la mayoría de la población, obtenido el control del único poder legítimo, la Asamblea Nacional, instalado un presidente Juan Guaidó, que tiene el reconocimiento de las principales democracias del mundo. No es poca cosa pero la narcodictadura sigue destruyendo al país.
Ya está claro que el aventurerismo militar y policial y la ilusión de una intervención foránea, no parecen ser conducentes. Tenemos que regresar a la idea de que nuestro destino depende de nosotros y de una estrategia política distante del amateurismo.
Esa estrategia pensamos podría tener tres componentes:
Animar y contribuir a conectar las protestas populares para que se conviertan en movilizaciones multitudinarias, con aliento subversivo.
Proteger la unidad de todos los factores democráticos. Con respeto a los partidos principales e inclusión del resto de los sectores sociales comprometidos con el cambio. Reforzar el liderazgo de Guaidó y la Asamblea Nacional.
Los partidos y sectores sociales deben dedicarse a organizarse con y dentro del pueblo. Superar el onanismo mediático y digital.
En fin, sin movilización popular y unidad de la resistencia no hay paraíso.
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