Publicado en El Nuevo Herald el 01 de mayo del 2020. Leer en El Nuevo Herald.
El milenario celeste imperio chino se tropezó con el siglo XX convertido en república. El benemérito iniciático fue el doctor Sun Yat-Sen. Después surgieron otras figuras protagónicas:
Zhou Enlai, refinado mandarín comunista, clave en la creación de la entidad de países no alineados (con el yugoeslavo Tito y el hindú Nehrú) y el reconocimiento mundial de China (conversaciones con Nixon y Kissinger).
Liu Shaoqi y Lin Piao, jefes del gobierno y el ejército rojos, primero exaltados y después execrados por su partido comunista.
Deng Xiao Ping, discípulo de Zhou, artífice del actual modelo chino híbrido: despotismo comunista en lo político y capitalismo salvaje en lo económico.
Mao Zedong, genocida alucinado creador del comunismo chino y animador de la carnicería llamada Revolución Cultural, dirigida por su mujer, Jiang Qing.
Chiang Kai-Shek, generalísimo derrotado por Mao que se refugió en Taiwan, para crear un gobierno independiente.
Entre 1949 y 78, Chiang Kai-Shek y su hijo Chang Ching-Kuo dirigieron de modo autoritario a Taiwan, pero después la isla, que se llamó Formosa un tiempo (hermosa) y sufrió dominios de Holanda, España y Japón, se trocó en un país de democracia paradigmática, capitalismo moderno, capaz de asegurar la calidad de vida de sus ciudadanos.
Durante más de 70 años Taiwan ha vivido bajo la amenaza del comunismo Chino. Solo el apoyo de Estados Unidos y la voluntad libertaria de los taiwaneses (más su properidad), han impedido que la voracidad expansionista china se trague a Taiwan.
El dictador chino Xi Jinping lo ha dicho claro: “No prometemos renunciar al uso de la fuerza”. Y la presidenta democrática de Taiwan, Tsai Ing Wen, ha alertado al mundo libre: “Si una democracia vibrante que defiende los valores universales y sigue las reglas internacionales, fuera destruida por China, sería un gran revés para la democracia global”.
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