Publicado en El Nuevo Herald el 28 de Septiembre del 2019.
En estos días me llegó por el caos de las redes sociales el artículo de un prestigioso economista, que protestaba por el empeño de algunos en culpar a sus colegas de los males del mundo. En esa queja tiene razón, pero en su escrito sugería que más culpables son los políticos. Algo inapropiado en un profesional de su rango.
Porque ni los políticos ni los economistas, por si solos son la causa de las calamidades de la humanidad, aunque si cargan con su parte de responsabilidad, igual que los periodistas, los empresarios, científicos, banqueros, magnates de los medios de comunicación, académicos, intelectuales, médicos, abogados, ingenieros, enfermeras, albañiles, dirigentes comunitarios, deportistas y pare usted de contar.
Cada sector tiene su cuota de responsabilidad, pero cargarle la mano a uno en particular no solo es injusto e inexacto, sino también poco científico. Y en el caso de los políticos, gremio junto al de periodistas y de escritores a los cuales también pertenezco, debo decir que somos en buena medida provocadores de la enojosa distorsión antipolítica.
Asumir la política como juegos de astucia, clientelismo populista, demagogia ramplona, cinismo odioso, canibalismo permanente, autoritarismo, aceptación del secuestro plutocrático y entrega a los escándalos mediáticos, ha desprestigiado en extremo a nuestra actividad de servicio público y amor al prójimo y que, como proclamaban los padres de la Iglesia: es la más alta expresión de la caridad.
No puede haber un político corrupto sin un socio del sector privado. Ni un dirigente escandaloso sin un medio de comunicación que le sirva de plataforma. Ni un candidato pícaro sin un asesor electoral que le diseñe las trampas. Y así ad nauseam.
Como la política democrática se asienta en el debate consistente de las ideas y la antipolítica es una contrariedad planetaria, no sobra discutir el asunto.
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