Articulo publicado en El Nuevo Herald de Miami el día 29 de septiembre del 2018
El mandamás boliviano Evo Morales y el titiritero que le pusieron los hermanos Castro de Cuba para que lo controlara, el vicepresidente Alvaro García Linera, han perpetrado fechorías abominables, pero la más espantosa de todas es la que le arruinó la vida el médico Jhiery Fernández.
Por orden del gobierno un fiscal (Ramiro Guerrero) y una jueza (Patricia Pacajes), sin pruebas y con total irrespeto al derecho a la defensa y el debido proceso, amparados en una denuncia viciosa de una forense, por cierto barragana del fiscal Guerrero, condenaron a 20 años de prisión al médico Fernández, acusado del horrendo delito de violación de un bebé (estupro que nunca ocurrió, el niño murió de mengua).
Después de haber sido atropellado por un poder judicial genuflexo ante el gobierno, presentado como un monstruo por la prensa ávida de escándalos y acosado por la morbosidad ciudadana que se ensañó contra él, el doctor ha pasado ya cuatro años preso, vejado y destruida su reputación.
Pero he aquí que un boliviano que honra a ese gentilicio, el columnista Romel Cardozo de la fuente, grabó a la jueza Patricia Pacajes, cuando en estado de ebriedad y con descaro, alardeó de que ellos habían condenado a Fernández, un inocente, para complacer al gobierno de Evo Morales.
En lugar de poner inmediatamente en libertad al médico y facilitar su reivindicación, el gobierno de modo pérfido insiste en mantenerlo cautivo y, lo más cínico, están tratando de encarcelar a Cardozo de la Fuente, por su gesto valiente de denunciar la tropelía y decir que “grabé el audio porque no puedo ser cómplice de la injusticia”.
La canallada de la jueza Pacajes, el fiscal Guerrero y resto de la cuadrilla de delincuentes judiciales, nos recuerda la luminosa constatación de la judía-alemana-norteamericana Hanna Arendt, sobre “la banalidad del mal”.
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