El cine, junto al automóvil, las aeronaves, la TV, el fútbol-soccer, la carrera espacial, internet, entre otros, es de los fenómenos que identifican al siglo XX y, de paso, lo que va de XXI.
Los grandes realizadores cinematográficos: Kurosawa, Buñuel, Hitchcock, Resnais, Chaplin, Kazan, Spielberg, Wajda, Fellini, Visconti, Scola, Scorsese, Bertolucci, Campanella, Cuarón, Kubrick, Eisenstein, Peckinpah, Allen, Cacoiannis, Glauber Rocha, Fritz Lang, Costa-Gavras, para solo mencionar los que me llegaron a la memoria en este momento, se convirtieron en figuras emblemáticas de la contemporaneidad.
Y en la última década la abundancia de recursos y la astucia de mercadeo, implantaron el dominio mundial del cine norteamericano. Todo derivó entonces hacia la hegemonía del estrellato banal, el vértigo, la necedad y el efectismo. Por eso cuando queremos ver una película de nuestro gusto, debemos buscarla entre las que ya no son de estreno.
Así el domingo pasado vi en la casa, con mi mujer y mi hija, el filme THE GREAT DEBATERS, dirigida y protagonizada por el irrepetible Denzel Washington, con actuación también de otro laureado, Forest Whitaker.
Basada en hechos reales, la obra cuenta la peripecia de un profesor de un College de afroamericanos, el Willey de Texas, y su equipo de estudiantes debatidores ganadores de competencias de oratoria, incluso a los mejores de la universidad de Harvard.
Dos temas relevantes se despliegan en este filme, el dominio y pertinencia de la palabra, vital para los tiempos de tiranía de la imagen; y la discriminación racial que en EEUU, los años 30 del siglo pasado, era grosera y hasta asesina.
Bueno, si uno busca con paciencia en las producciones de Hollywood, puede hasta encontrar una buena película.