Publicado en “El Nuevo Herald” de Miami el sàbado 11 de febrero 2017
El populismo ejerce sobre las masas desprevenidas una seducción perversa y ruinosa. En una década el insufrible Rafael Correa malogró a Ecuador, un país de ensueño en la mitad del mundo, andino, amazónico y de favorable fachada hacia el Pacífico.
Con el descaro propio de sus aliados del nefasto Socialismo del Siglo XXI, Correa con ínfulas del monarca francés Luis XIV, vociferó por televisión: “El estado soy yo”. Y esa es exactamente la tragedia de Ecuador en los últimos diez años, el dominio de un caudillo demagógico, acaparador de poder, represivo, fomentador de odio y división social y protector de la corrupción de sus aliados.
El país donde rutiló la espada libertadora de nuestro Mariscal Sucre, tendrá la posibilidad, este 19 de febrero, de librarse electoralmente de la pesadilla de un gobierno que ha maltratado los derechos humanos, señaladamente la libertad de expresión, rindió el país a Cuba, Venezuela, China y el narco terrorismo, despilfarró la bonanza económica, aumentó la burocracia clientelar y, de todos modos, incrementó el desempleo.
Rafael Correa, astuto y pusilánime, evitó intentar otra reelección, al comprender que en estos comicios sería inexorablemente derrotado. Ya en las últimas elecciones realizadas en Ecuador, las regionales, municipales y parroquiales del 2014, sufrió una paliza histórica, por ejemplo, en número de alcaldías perdió 153 a 68.
El 19 de este mes los ecuatorianos podrán escoger entre la llave oficialista, Lenin Moreno y Jorge Glas, vinculados con Correa a escándalos de corrupción como los de Odebrecht y la Refinería de Esmeraldas, además de cómplices de todos los abusos de poder en estos diez años martirizados.
Y entre los candidatos de la oposición democrática, comprometidos a restaurar la constitucionalidad y recuperar económicamente a Ecuador. Parece que entre todas muy valiosas, la fórmula con mayores posibilidades de derrotar a los candidatos de Correa, es la de Guillermo Lasso y Andrés Páez Benalcázar.