Publicado en El Nuevo Herald:
Vladimir Putin se aprovechó del aturdimiento etílico del presidente de la transición a la democracia, Boris Yeltsin, para completar la metamorfosis de jefe de la siniestra policía represiva comunista soviética, KGB, a caudillo todopoderoso de la Rusia de estos días.
La histórica vocación imperialista rusa, la de los zares y la de la Unión Soviética, le ha facilitado a Putin instalar en grandes zonas del imaginario colectivo, la idea de que él es la reencarnación de Iván IV el Terrible o de Iòsiv Vissariònovich Dzhugachvili, llamado Stalin.
Para “legitimar” su desmedida ambición de poder, Putin cabalga sobre la promesa de recuperar a la Gran Rusia expansionista y dominadora. Para tal efecto no vacila en la necedad de revivir la Guerra Fría, mediante enfrentamientos con la Europa democrática y los Estados Unidos.
Putin en Rusia afinca su poder en una represión implacable a la oposición, el control estricto de los medios de comunicación social, la concreción de fraudes electorales, la alianza con las mafias petroleras, los perros de la guerra (vendedores de armas), la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa y una telaraña de oportunistas dóciles de distintas raleas.
En su contra y atropellados por él y su hombre de paja Medvèdev, están los profesores y estudiantes universitarios, la intelectualidad y los artistas, los empresarios decentes y los trabajadores honestos, y la reserva de religiosos patrióticos y periodistas valientes.
Nos sorprende que haya entre los políticos de Estados Unidos, el país que es la locomotora de la democracia mundial, admiradores de Vladimir Putin. A ellos parece gustarles que el caudillo ruso pueda hacer lo que le da la gana, incluso interferir en las elecciones norteamericanas. Y parecen no percibir que Putin es la cabeza de un régimen dictatorial con disfraz democrático.
Bueno, ya tendrán tiempo de percatarse. El propio Putin pronto se los facilitarà.