Publicado en El Nuevo Herald el 29 de mayo del 2020.
La china, comunista en lo político y capitalista salvaje en lo económico, es el típico lobo disfrazado de oveja. Habla de paz mientras se rearma en silencio y de libre competencia, mientras se apodera de los negocios de las naciones vulnerables. Y para tal efecto no vacila en sostener a gobiernos impresentables como el usurpador castrochavista de Venezuela.
Se quejan los chinos rojos de que los Estados Unidos le están dando un trato de “guerra fría”, pero ellos responden con prepotencia imperial a los que piden una investigación sobre su responsabilidad en el origen de la pandemia corona virus.
En los años cincuenta y ante la indolencia mundial, la China de Mao se tragó al Tíbet. En los que corren el propósito del dictador Jing Ping es tragarse en lo inmediato a la democracia de Hong Kong, para después seguir con la de Taiwan.
Hong Kong, el único y acosado rincón democrático en la vasta geografía china, enfrenta la amenaza de perder sus derechos civiles, separación de poderes y precaria autonomía institucional, por la intromisión abusiva de la Asamblea Popular China (que no es otra cosa que un apéndice del Partido Comunista Chino- PCCH).
La excusa del Buró Político del PCCH es que hay que reforzar la seguridad de Hong Kong, evitar influencias foráneas, protegerse de la sedición contra el gobierno de Beijing y controlar el terrorismo.
Todas esas son falacias detestables. Las protestas de los vecinos de Hong Kong son en defensa de su convivencia democrática y de su economía libre. Son manifestaciones multitudinarias pero pacíficas, reprimidas con crueldad por orden de Beijing. No se proponen pulverizar el status quo, si no al contrario, preservarlo como se acordó en 1997 (cuando brotó su modelo: “un país, dos sistemas”).
¡No le escatimemos solidaridad a Hong Kong!
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