Publicado en El Nuevo Herald el 26 de junio del 2020.
Se soltaron los caballos de la necedad en los cuatro rincones planetarios. Los indignados por atropellos injustos contra el prójimo, se han dejado arrebatar por la rabia, potenciada de narcisismo digital y mediático.
Los protestantes seguramente bien intencionados, pero poseídos de ignorancia y soberbia, han sido manipulados por los profesionales del odio y la violencia. Eso explica sus excesos, la frivolidad exhibicionista de sus actos, sus confusas arremetidas contra imágenes beneméritas.
Pidieron la prohibición del filme “Lo que el viento se llevó”, una joya de la cinematografía norteamericana y mundial, Dicen que la película es racista. Con ese simplismo se podría llegar a acusar al Otelo de Shakespeare o a la mismísima Biblia.
Derriban estatuas de Churchill, el estadista más provechoso del siglo XX. Lastiman a Lincoln, el gran capitán de la abolición de la esclavitud, a J. K Rowling, que con “Harry Potter” puso a leer a los niños del mundo, y a tantos otros ilustres. En fin toda una apoteosis de la estulticia.
Los maltratos llegaron hasta el Almirante de la mar océana, Cristóbal Colón, que en 1492 completó la geografía de la tierra, y que con su hazaña descubridora comenzó la edad del Renacimiento de la humanidad.
Y en el paroxismo del despropósito, vandalizaron la efigie del más alto de los intelectuales castellanos, Miguel de Cervantes, emblema libertario: “La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos dones que al hombre dieron los cielos…”.
Y paladín del respeto a la opinión ajena: “Sancho, lo que a tí te parece bacía de barbero, a mi parece yelmo de Mambrino y a otro, le parecerá otra cosa”.
Pero es realmente deplorable la parálisis pusilánime de la gente sensata, de los que deben defender la verdad y símbolos históricos, aterrados de que los acusen de “políticamente incorrectos”.
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