Publicado en El Nuevo Herald el 16 de abril del 2020. Leer en El Nuevo Herald.
Cuando escribía estas líneas el mandamás de Nicaragua, Daniel Ortega, tenía más de un mes desaparecido. Como la Linda de Daniel Santos: “No se sabe de ella, no dejó una huella”. Se hacen especulaciones. Pero nosotros recordamos que el libertador Bolívar solía decir que “a la sombra del misterio no trabaja sino el crimen”.
Nicaragua es tierra envolvente y mágica. Plantada de lagos, volcanes y sobre todo poetas: Pablo Antonio Cuadra, Gioconda Belli, Ernesto Cardenal y el sublime Rubén Darío. Nicaragua no merece la humillación de capataces como Somoza y Ortega.
Momentos interesantes de mi vida tienen que ver con esa tierra entre dos océanos:
Con Angel Vivas Díaz escribí un libro sobre Centroamérica. Pude entrevistar a líderes nicas de distintas tendencias y ocupaciones. Eran los tiempos de la primera traición a la democracia de los 9 comandantes sandinistas.
Al que no pude entrevistar fue al gendarme con ínfulas de poeta Tomás Borge. Me dijo el periodista venezolano Freddy Balzán, que a Borge lo había molestado un artículo mío en “El Nacional” de Caracas. Por entonces Borge aseveró que la dignidad en Latinoamérica comenzó con la aparición de Fidel Castro. Le respondí que con esa necedad él borraba las gestas de Bolívar, San Martín, Juárez, Martí y hasta del propio Sandino, del cual se proclamaba seguidor.
La otra fue cuando la Fundación Arístides Calvani, envió a los periodistas Levi Benshimol, Marcos López Inserny y a mí, para colaborar en la campaña presidencial de la inolvidable Violeta Chamorro.
Y la tercera cuando pude participar como ponente en un foro en Managua, convocado por la asociacion empresarial nicaraguense, junto a venezolanos de fuste como el almirante Wolfang Larrazábal, Pepe Rodríguez Iturbe y Emeterio Gómez.
Nicaragua merece ser libre. Si uno piensa en Daniel Ortega recuerda la frase de Friedrich Nietzsche: “Hay quien nace póstumo”.
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