Publicado en El Nuevo Herald el 24 de Octubre del 2019. Leer en El Nuevo Herald.
Los hermanos chilenos superaron con soltura y sin espanto, el socialismo ruinoso de Salvador Allende y la dictadura represiva de Augusto Pinochet. Eso fue posible por la alianza fértil de los social cristianos de Patricio Alwyn, con los social demócratas de Ricardo Lagos y, el desafío leal de los liberales modernos de Sebastián Piñera.
A estas alturas Chile es entre las naciones latinoamericanas, la más cercana a ingresar al andén de los países desarrollados del planeta. Es la que más ha reducido la pobreza, aumentado el empleo y la escolaridad, mejorado su competitividad y abierto la economía, protegido el salario de los trabajadores, implementado programas sociales confiables, expandido la clase media, asumido la modernidad innovadora y, todo esto, sin sacrificar las libertades y derechos ciudadanos.
Pero destruir un país en lo económico como hizo Allende, o en lo político como logró Pinochet, es algo relativamente fácil y rápido. Lo complicado y lento es colocarlo de nuevo en carriles de desarrollo sustentable, igualdad real y convivencia democrática.
Por eso un aumento inevitable de una tarifa de transporte, puede ser aprovechado por los demagogos y agitadores para crear un desorden público vandálico. Especialmente si el malestar y la ingenuidad colectiva son manipulados por estrategas de la destrucción de la democracia, con miras a implantar un socialismo humillante a la cubana o la venezolana.
Ya el dictador venezolano Nicolás Maduro, confesó públicamente que ese esperpento filocomunista llamado Foro de Sao Paulo, estaba detrás de la violencia desmesurada en las protestas de Chile y Ecuador. Y claro está, siempre encuentran aliados para exacerbar las pasiones, en medios de comunicación irresponsables y redes caóticas.
Si triunfan los del Foro de Sao Paulo sus primeras víctimas serán los medios y redes. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.
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