Publicado en el Nuevo Herald de Miami el 13 de Julio del 2019
Nunca el existencialista francés Jean Paul Sartre fue santo de mi devoción, pero hay una frase que le dijo a los universitarios en el convulso Mayo 68 de París, que vale la pena rescatar:
“Un ser que no discute no es nada, pero siempre hay que ser fiel a algo”.
Y otro del cual si fui y soy devoto, Winston Churchill, lo planteó de modo magistral:
“Donde todos piensan igual es porque hay uno que piensa por todos”.
En esa tolerancia discurren otros de los pocos sabios que en el mundo han sido: Fray Luis, Sócrates, Averroes, Maimónides, Confucio, Ortega, Unamuno, Popper, Russell, Aron, Hayek, Revel, Octavio Paz, Maritain, Chardin, Vargas Llosa, Montaner, Arciniegas, Picón Salas, Martí, Sor Juana, Henríquez Ureña, Anna Arendt, Carlos Rangel…
De tal manera que la discusión es consustancial a la democracia. Es impensable una sociedad democrática sin polémica, sin confrontación de doctrinas, ideas y programas. Lo contrario sería una realidad aburrida e infértil.
Ahora bien, una discusión de verduleras en un mercado o de delincuentes en un calabozo, puede que resulte divertida para algún espectador morboso, pero eso no es un debate democrático, que siempre reclama un mínimo de contenido consistente y repudia la virulencia y el insulto.
En democracia se debate para convencer y llegar acuerdos. No por el pueril impulso de ganar discusiones. Y claro está, como hay que confrontar ideas, es indispensable tener ideas. A los que no las tienen solo les queda el recurso de la violencia verbal. La descalificación e irrespeto al adversario.
Y si el propósito es entenderse, entonces en el debate civilizado escuchar es tan importante como expresarse. Lo triste es que la post modernidad digitalizada está resbalando hacia el monólogo, el diálogo se ha hecho sospechoso y prescindible.
¡Lo inteligente es siempre escucharnos!jalexisortiz@gmail.com @alexisortizb www.alexisortiz.com