Publicado en El Nuevo Herald el 7 de Septiembre del 2019.
La semana huracanada tuve un sueño, no tan inconmensurable como el de Martín Luther King, desde luego, pero si trascendente y evocador. Soñé que los social cristianos venezolanos conversaban en una mesa redonda, comprometidos a rescatar a su partido, por ellos vapuleado.
Inspirados en imágenes de Sturzo, Adenauer, De Gasperi, Frei, Erhard, Caldera, Alwyn, Cerezo, Duarte, Hurtado, Kohl, Herrera Campins y los inolvidables Enrique Pérez Olivares y Arístides Calvani, estaban en la mesa los caballeros andantes dispuestos a entenderse.
Protagonistas del diálogo onírico eran Eduardo Fernández y su hijo Pedro Pablo, Roberto Enríquez, César Pérez Vivas y Enrique Mendoza. Con afecto de veteranos que han navegado mares y recorrido caminos, rodeaban la mesa favorecedora, como testigos de lujo, Pedro Pablo Aguilar, Oswaldo Alvarez Paz, Gustavo Tarre Briceño, Ramón Guillermo Aveledo, Juan José Caldera, Humberto Calderón Berti y los presidentes de la Organización Demócrata Cristiana de América y de la Internacional Demócrata Cristiana.
En el sueño los social cristianos decidían reconstruir su partido, llamar a los militantes a escoger sus autoridades en un proceso transparente, sin intromisiones bochornosas, respetarse entre ellos como quienes aman al prójimo y asumen la dignidad de la persona humana en comunión con la primacía del bien común, evitar la necia confrontación generacional (viejos a orientar y jóvenes a liderar), promover la descentralización, la garantía de los derechos humanos, la resurrección de la economía social de mercado y la lucha sin gambetas contra el latrocinio y la entrega de la soberanía nacional a potestades foráneas.
En la magia noctámbula, ví como los dialogantes y sus testigos, brindaban con el añoso ron Pampero, que no se si todavía existe, por el éxito de eso que los mexicanos llaman las pláticas.
No desperté porque Calderón de la Barca insistía en que los sueños sueños son.
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