Publicado en el Nuevo Herald de Miami el 17 de Agosto de 2019.
Argentina es un país privilegiado. Sus recursos humanos y materiales son envidiables. Tiene razón Vargas Llosa cuando se sorprende porque esa nación austral completó el milagro absurdo de pasar del desarrollo, que conquistó en las postrimerías del siglo XIX y albores del XX, al subdesarrollo que en este XXI padece.
Ese primer suicidio de Argentina se puede explicar por la presencia en el gobierno de incompetentes militares y demagogos dispendiosos como la pareja Perón, empeñados en comprar popularidad con el reparto irresponsable del presupuesto estatal.
El segundo está a punto de concretarse, cuando el pueblo, con rabiosa ingenuidad, entregue el poder a la fórmula Fernández-Fernández, que ofrece lo que sabe que no puede cumplir, o sea volver al soborno social, la repartición de subsidios, aumentos y dádivas, en un país arruinado por el manejo dilapidador de una bonanza económica, la de los años de los Kirchner, que está claro que por ahora (y en los próximos años) no se repetirá.
Perón y Evita, Néstor y Cristina, tatuaron el alma argentina del vicio del populismo: estatismo, irresponsabilidad individual, paternalismo del estado, clientelismo partidista, corrupción desenfrenada y la política como show pendenciero.
Siempre es más fácil y rápido destruir que reconstruir. El desastre de los Kirchner no lo podía recuperar Macri en 4 años –incluso 8 pueden resultar pocos. Eso es muy difícil de entender para los pueblos, no solo el argentino, acostumbrados al inmediatismo y las soluciones mágicas (siempre falsas, como la oferta actual de los Fernández).
A Mauricio Macri, que con sus virtudes y defectos, le corresponde evitar que Argentina retroceda, debe recordar que un programa de recortes severos pero inevitables, tiene que ser explicado intensa y extensamente a la gente. No basta con tener razón.
Y también: no olvidar que la mejor defensa es un contraataque contundente.
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