Articulo publicado en El Nuevo Herald el día 09 de febrero del 2019
Esta semana se cumplieron 224 años del natalicio en Cumaná, oriente de Venezuela, la ciudad primogénita del continente americano, del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, la figura juvenil más airosa del proceso emancipador suramericano.
Sucre al morir a los 35 años ya había comandado las batallas de Pichincha (Ecuador) y Ayacucho (Perú), que sellaron la independencia de Suramérica. Había sido primer presidente de Bolivia y del Congreso Admirable de Bogotá. Tuvo el honor de que su primera reseña biográfica fue escrita por el propio libertador Simón Bolívar.
Aquellos militares: Bolívar, Miranda, Sucre, Páez, Urdaneta, Mariño, Piar y otros, cuando les llegó su hora de la patria cumplieron con su deber.
En estos momentos Venezuela padece la más espantosa tragedia de su historia. La bandidocracia castrochavista hundió a los venezolanos en la humillación, la ruina, la represión, el hambre y, lo más oprobioso, entregó la soberanía nacional al comunismo cubano, el terrorismo musulmán, los criminales de la FARC-ELN y el narcotráfico.
Frente a ese cuadro dantesco la reacción del pueblo ha sido heróica, luchando en la calle por sus derechos y por el reconocimiento del gobierno constitucional del presidente legítimo, Juan Guaidó. Las principales democracias del planeta han reconocido a Guaidó y ofrecen su ayuda solidaria a la Venezuela encanallada por el usurpador Maduro y su pandilla.
Solo falta la reacción de los militares democráticos que sabemos que son mayoría dentro de nuestras fuerzas armadas. Sin la acción decidida de ellos, y en virtud de la contumacia del castrochavismo, corremos el riesgo de que se cierre la posibilidad de una salida civilizada para la pesadilla de nuestro país y, algo desdoroso, tener que pasar por la vergüenza de una intervención extranjera para enfrentar un problema que nos corresponde resolver a los venezolanos.
Los militares democráticos tienen la palabra…
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