Especial para el semanario “El Venezolano” de Miami-diciembre 2018
Tengo devoción por los nombres Teresa y Gabriela, que ostentan las mujeres que amo, mi esposa e hijas. Pero en esta ocasión me voy a referir a dos que iluminan intensamente el gentilicio venezolano: Teresa Carreño y Gabriela Montero.
Teresa Carreño (1853-1917) fue la primera artista venezolana de proyección planetaria. Pianista y compositora, continuadora de una estirpe de músicos relevante, ya a los 9 años ofeció un concierto en el Irving Hall de Nueva York y, cuando adulta, la consideraron la más grande pianista de su época.
Su genio lo paseo con resplandor por España, Francia, Alemania, Africa del Sur, Australia, Cuba, Nueva Zelanda y otras naciones de Europa y América. En una oportunidad fue invitada por el presidente norteamericano Abraham Lincoln, a dar un concierto en la Casa Blanca.
La Carreño fue una mujer libre, artista y empresaria, que por sus divorcios fue boicoteada por la pacata y pastoril “alta sociedad” caraqueña.
Sus restos reposan en el Panteón Nacional de Caracas y el principal complejo cultural del país lleva su nombre.
Gabriela Montero (nacida en 1970), también pianista y compositora, es aclamada por su talento para la improvisación de melodías clásicas y populares. Y también por su inclinación a promover a músicos jovenes prometedores.
Inspirada en la famosa argentina Martha Argerich, nuestra Gabriela ha recibido muchos premios, entre otros: el Latin Grammy Award for Best Classical Album. Ya en el 2009, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, la invitó a actuar en su toma de posesión.
Y acaba de recibir en Bonn, Alemania, el Premio Internacional Beethoven, por “su labor artística comprometida con los derechos humanos”. Gabriela es una criolla recia, que no se rergodea en la fama ni se encierra en torres de marfil, y nunca deja de denunciar la tragedia creada en Venezuela por la bandidocracia castrochavista.
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