Publicado el sábado 11 de agosto de 2018 en “El Nuevo Herald” de Miami:
El siniestro comediante eterno Hugo Chávez, solía inventar conspiraciones para matarlo, cada vez que su popularidad mermaba en las encuestas. Tal desvarío dejó en herencia a su engendro Nicolás Maduro.
La semana pasada hubo en Caracas un raro episodio con unos drones en sobrevuelo en un acto de Maduro, con la patética estampida de los militares en formación y la consiguiente denuncia de Maduro de una supuesta tentativa de magnicidio.
El magnicidio-tiranicidio tiene solera. Los bíblicos hermanos Macabeos, San Agustín y el Doctor Angélico Santo Tomás de Aquino, lo avalaron en circunstancias singulares. Pero hoy en día se reconoce obsoleto por inútil. Si alguien mata a Maduro lo sustituye otro esbirro como él, verbigracia, el cubano rojo general Padrino, el narcocanalla Diosdado Cabello o el fundamentalista musulmán Tarek Aissami.
Hay distintas versiones sobre el vuelo de los drones ante el terror de Maduro. En ninguna de ellas aparece la opción del magnicidio. En ellas la motivación fue propagandística, llamar la atención general sobre la tragedia que la bandidocracia castrochavista ha perpetrado en Venezuela.
Pero el tirano y sus secuaces tratan de aprovechar el incidente para exagerar la represión sobre militares y civiles. Aunque él y sus sicarios saben que nadie en la oposición democrática (civiles y militares), conciben al crimen político como salida para la pesadilla venezolana.
Ya en su indómita necedad Maduro acusó de magnicidas a Gustavo Tarre Briceño, Henrique Salas Romer, Diego Arria, María Corina Machado y Pedro María Burelli, venezolanos de acendrado compromiso democrático y vocación pacifista. O sea que con ese truco no va a engañar a nadie serio.
Le sirve eso sí para lograr respaldo de los impresentables mandamases de Nicaragua, Rusia, Bolivia, China, Irán y, ¡algo increíble!, el gobierno socialista de España, secuestrado por el comunista Pablo Iglesias y el tonto útil Rodríguez Zapatero.
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