Es seguro, ningún plato representa con mayor consistencia la identidad y la gastronomía venezolanas, que las navideñas hallacas, que en otros rincones del Nuevo Mundo tienen su correspondencia, aunque con menos compleja elaboración, en los tamales.
La hallaca criolla es la viva representación de nuestra condición mestiza hispanoamericana, veamos:
Consiste en la mezcla de un guiso hispano-arábigo, con el maíz autóctono americano, el revoltillo africano con antecedentes indígenas y el envoltorio en hojas del plátano, originario del sudeste de Asia.
En el guiso encontramos, entre otros ingredientes, las carnes vacuna y de cerdo castellanas, las pasas y aceitunas grecorromanas, las alcaparras y almendras árabes, el maíz y las papas indígenas, el plátano y las especies orientales, el revoltillo afroamericano…
Como primer envoltorio de la hallaca apreciamos al más americano de los alimentos, el maíz, un cereal que terminará por superar al trigo y el arroz en las mesas de la humanidad. Dentro de la masa de maíz o choclo para los australes, se esconde un guiso variado y gustoso. Ese, el maíz, es entonces el aporte nativo, indio, a nuestro plato nacional.
El maíz es el continente y el contenido, el guiso, es la contribución europea a esta maravilla gastronómica. Mientras que el revoltillo, la mezcla del guiso, el maíz y el plátano, delata la presencia negroide. Porque la hallaca es un hallazgo de origen esclavo. Eran los peones negros de las haciendas, los que envolvían las sobras de los banquetes de los amos blancos, para lograr lo que hoy en día es el plato nacional de Venezuela.
Aunque como quedó insinuado, ya algunas tribus aborígenes radicadas en nuestro territorio tenían una comida parecida a la hallaca.