El viernes pasado, en el segmento cultural que hago en el programa de ese maestro del periodismo hispano, Julio César Camacho, por la emisora de Miami ACTUALIDAD 1020 AM, me referí al nombre griego Cleopatra, cuyo significado original era “gloria del padre”.
Y es que hace unos días escuché a alguien que vio con retraso la película Cleopatra, del realizador Joseph Mankiewicz, protestar porque en ese filme pusieron de protagonista a Elizabeth Taylor, una occidental de ojos acuáticos, en lugar de una actriz egipcia.
Como no es raro que el multiculturalismo se vista de ignorancia, me correspondió aclarar que la famosa reina suicida en verdad no era egipcia, si no griega; pertenecía a la dinastía macedonia de los ptolomeos.
Ocurrió que Alejandro Magno de Macedonia, al morir legó a su general Ptolomeo sus posesioners egipcias, de igual modo que hizo con las del medio oriente, que se las dejó en herencia a otro de sus generales, Seleuco. Y no olvidemos que la capital de ese dominio egipcio, donde reinaba Cleopatra, era Alejandría, una ciudad que penosamente sobrevive en el delta del Nilo.
El padre de Alejandro Magno, Filipo II de Macedonia, tuvo tres esposas, la tercera de ella se llamó precisamente Cleopatra, lo que ratifica la filiación griega del nombre.
De tal manera que la bella Cleopatra de los sedicentes amores con el romano Marco Antonio, seguramente era más parecida a la occidental Elizabeth Taylor, que a cualquier emblemática actriz egipcia.