Publicado en El Nuevo Herald el 23 de setiembre del 2016:
El acoso material que el destierro propina, me impidió participar en un programa por la televisora pública, con los cubanos de lujo Pedro Corzo y Luis De La Paz, sobre el sacrificio de la información en el altar del entretenimiento.
Lo lamenté de veras porque la materia me conmueve. Me hubiera gustado recomendar en ese espacio, un libro de obligada lectura para quienes quieran comprender las distorsiones contemporáneas. Se trata de “La civilización del espectáculo” de Mario Vargas Llosa.
El autor la define así:
“¿Qué quiere decir civilización del espectáculo?
La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.
Y agregamos con más modestia que atrevimiento nosotros que, de esa calamidad, trivialización y show de la vida, no se escapan la religión ni la política. Ahora el periodista, el clérigo y el líder político, buscan más emocionar, impactar, escandalizar que informar, orientar o crear conciencia. Los medios de comunicación y las redes sociales, en una mezcla de simplismo, vértigo y complejidad efectista, resbalan hacia el mismo cometido de ganarse la voluntad de la audiencia (consumidores de mercancías, catecismos o consignas) por la vía fácil de la manipulación publicitaria y la frivolidad.
Se trata de un debate que vale la pena. Volveremos sobre el tema uno de estos sábados.