Ya estoy por cumplir doce años de exilio y, de vez en cuando, me atropella el terror de morir como desterrado. Por eso me conmovió una reseña en “El Nuevo Herald” de Miami, del talentoso crìtico cubano, Luis De La Paz, sobre el reciente poemario de Orlando Gonzàlez Esteva, “Las voces de los muertos”.
Una de las mayores tragedias sufridas por nuestros hermanos cubanos oprimidos por el comunismo castrista, es padecer un largo exilio y terminar muriendo sin poder regresar a la patria ultrajada. Pienso en figuras egregias de la cubanìa como Celia Cruz, Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Olga Guillot, Reinaldo Arenas, Pepito Sànchez Boudy, Enrique Ros, Martha Pèrez, Mas Canosa, Martha Becker, Angel Pèrez Vidal, Hubert Matos y pare usted de contar.
Orlando Gonzalèz Esteva es un poeta y ensayista muy prolífico, nacido en Palma de Soriano, Cuba, en 1952 (precisamente el año del dislocamiento de la institucionalidad de la Perla de las Antillas). “Mareas de la poesía”, “La noche y los suyos”, “Elogio del garabato”, “Mi vida con los delfines”, son apenas muestra de una obra abundante y luminosa, que llevò al excelso mexicano Octavio Paz a resaltar de Gonzàlez Esteva “sus poemas hacen estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”.
En su enjundioso artículo De La Paz nos dice sobre “Las voces de los muertos” y de su autor:
“El libro es una elegía por los miles y miles de cubanos que abandonaron la isla en los años sesenta y setenta, aùn jóvenes, y que luego de una vida de sacrificios para sacar adelante a sus familias, envejecieron, enfermaron y murieron soñando con un destino mejor para Cuba…”.