Publicado en El Nuevo Herald el día 15 de Abril del 2016:
Desde que Marco Tulio Ciceròn fustigò en el antiguo Senado romano al demagogo golpista Lucio Sergio Catilina, con sus
paradigmàticas “Catilinarias”, e incluso antes, la peste política del populismo ha agobiado al gènero humano.
Quizàs por eso el portentoso Mario Vargas Llosa llegó a afirmar: “El populismo no lo erradicas nunca. El populismo siempre està”. Es mimético decimos nosotros, se adapta a las tiranìas y a las democracias, se favorece de la política como show, tan cara a la cultura mediática y sabe aprovechar la redes sociales para sus mensajes engañosos.
Y en los tiempos que corren el populismo encontró un nuevo aliado, las encuestas. Un instrumento que le permite conocer que quiere la gente, para ofrecérselo con descaro, no importa que la oferta no se pueda cumplir. El populista piensa que lo importante es ganar simpatías y/o elecciones y, después, que sea lo que Dios quiera (siempre y cuando èl se mantenga en el mando).
El populismo no tiene líderes, democráticos, tolerantes y pedagógicos, sino caudillos, arbitrarios, ambiciosos, acaparadores de poder, continuistas, siempre fingiendo amor por el pueblo irredento y esperanzado.
El populismo vive en la Amèrica Latina de hoy en los regímenes de Bolivia, Colombia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. Se libraron de ese flagelo Honduras parcialmente, Paraguay, Argentina con el triunfo de Macri y posiblemente Brasil, con el escándalo que afecta a Lula Da Silva y Dilma Roussef.
Y las caras del populismo se benefician del espectáculo polìtico mediático, entre otros, Lòpez Obrador en Mèxico, Pablo Iglesias en España, la candidata Mendoza en Perù, Valera en Panamà y los aspirantes presidenciales Trump y Sanders en Estados Unidos.
Pero no lo olvidemos, el populismo es un incordio en la oposición y una calamidad en el gobierno.