Publicado en El Nuevo Herald el 11 de marzo del 2016:
Sin ser gusano ni mariposa, la metamorfosis de Luiz Inácio Lula Da Silva fue un prodigio. Pasó de socialista con alarde redentor de proletarios, a agente obediente y bien pagado de las más corruptas corporaciones brasileras.
En el intermedio Lula fue un presidente llamativo por sus políticas sociales, que pudo completar gracias al excedente producido por la certera gestión económica de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. De su éxito derivado, brotó el engolosinamiento del ex caudillo socialista con la necedad del Gran Brasil, producto del delirio de la derecha de ese país convencida que el “destino manifiesto” brasilero es la supremacía en Suramérica.
Un Mundial de Fútbol fracasado y una Olimpíada en amenaza de fracaso; la alianza con los caudillos y regímenes impresentables del planeta: Fidel Castro, Chávez-Maduro, Evo Morales, Correa, Mugabe, Putín, China, la teocracia iraní, la parejita Kirchner, el obispo Lugo, Zelaya, Ortega; la debacle económica y lo más grave, el descrédito interno y foráneo del Brasil por los millonarios escándalos del mensalao y ellavajato, donde él y su discípula Dilma Roussef actuaron como descarados protagonistas, son el resultado del sueño imperialista que secuestró a Lula.
En estos días Lula, el dócil broker de las empresas más podridas de Brasil, trata de defenderse desprestigiando a la Justicia de su país que no quiere impunidad, que opera con moderación e independencia, pero que no le tiembla el pulso frente a los poderosos. Lo más irrisorio es que Lula y Dilma, para solapar sus fechorías, despiertan el fantasma de una supuesta conspiración internacional contra ellos.
Y el patetismo no se queda en esa maniobra pueril, sino que Lula amenaza con movilizar a un pueblo que no tiene y con una candidatura presidencial que le queda grande, ahora que se le cayó la máscara de redentor.