La Organización de Estados Americanos (OEA) tuvo como secretario general fundador, por allá por 1948, a un estadista de solera, el colombiano Alberto Lleras Camargo.
Pero en los últimos años el sistema interamericano que la OEA representa, había resbalado hacia la decadencia, bajo la batuta de dos personajes acomodaticios y pusilánimes, César Gaviria y José Miguel Insulza.
Apenas la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, habían logrado con su trabajo profesional, justo y valiente, preservar algo del vapuleado prestigio y credibilidad de la OEA.
Pero la elección por unanimidad a la secretaria general de la OEA del ex canciller uruguayo Luis Almagro, se ha mostrado como un enorme acierto de las naciones del hemisferio. Como dirían los hermanos chilenos, este hombre es de “los que no le sacan el poto a la jeringa”.
Cuando se juramentó el 18 de marzo de este 2015, Almagro se comprometió a defender los derechos humanos maltratados en países como Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, y la verdad es que le ha hecho honor a su palabra.
Para cumplir con los derechos humanos Luis Almagro, abogado y diplomático socialista, ha tenido que soportar las insolencias del impresentable Nicolás Maduro, la agresiva incomprensión de compañeros de su partido el MPP y hasta la necedades del ex presidente de Uruguay, José Mujica, ese viudo de Lenín y Fidel Castro.