Los ciudadanos decentes y democráticos, no importa su tendencia ideológica, deben votar por el cambio. No le pueden fallar a Argentina en este lance histórico
Los que nacimos y nos levantamos en la fachada norte del mediodía de América, vivimos siempre deslumbrados por Buenos Aires y Argentina. Por eso yo amo a ese país y a una argentina de Ituzaingó en particular. Por eso estoy feliz con el campeonato de Boca Juniors y más feliz voy a estar, si Mauricio Macri gana las elecciones presidenciales de este promisorio noviembre.
Contra todos los pronósticos y desnudando a las encuestas, la primera vuelta electoral elevó a Macri al favoritismo, levantó la esperanza de que por fin la amada Argentina podría librarse del cáncer del peronismo. Ese modo de gobernar que amenaza convertirse en cultura del país. Ese modo de demagogos, piqueteros, montoneros, sindicaleros, oportunistas, pusilánimes y atorrantes, que ha segregado figuras impresentables como Perón y sus carnales Evita e Isabel, Cámpora, López Rega, Menem, la mafia Kirchner y el acomodaticio Scioli.
Y los comicios que vienen son un desafío que deben ganar los ciudadanos decentes de derecha e izquierda. No se puede creer como el estólido Aníbal Fernández, mayordomo de Néstor y Cristina derrotado en Buenos Aires por la venturosa señora Vidal, que las elecciones están ganadas que “ya está, es un trámite”.
Ahora la mafia Kirchner pondrá el presupuesto argentino, a sus sindicaleros y piqueteros, al fútbol que compraron, a los medios de comunicación que chantajean, a los empresarios asustadizos, a todo lo que puedan movilizar en guerra sucia, para impedir una derrota que parece inexorable. Ellos, la mafia K, tienen un acuerdo con Scioli para no ser investigados por corrupción. A ellos les aterra la derrota.
Pero los ciudadanos decentes y democráticos, no importa su tendencia ideológica, deben votar por el cambio. No le pueden fallar a Argentina en este lance histórico.