Fue el inmortal escritor argentino Jorge Luis Borges quien calificó al norteamericano Walt Whitman, autor del poemario “Hojas de Hierba”, de “único poeta”. Y al cual el gran Rubén Darío cantó en su reclamo al aparatoso Teodoro Roosevelt.
En un ensayo que publiqué hace unos tres años (Los 101 libros que todos podemos leer en esta vida), incluí a Whitman como una figura irrepetible que es obligatorio y placentero leer.
Me enteré por la profesora Natalia Romero que es cuando llegan al grado once, cuando alcanzan los 16 o 17 años, que los jóvenes norteamericanos estudian a Walt Whitman, ese mago de la palabra que con versos libres, atrevidos y desafiantes, exaltó a la Democracia norteamericana, su potencialidad juvenil, su diversidad natural y a su líder más excelso, Abraham Lincoln.
De Walt Whitman recogí un trozo:
“Creo que una hoja de hierba no es menos que la jornada de / las estrellas. Y que igualmente perfecta es la hormiga, y el grano de / arena, y el huevo de reyezuelo. / Y la rana arborícola es una de las obras maestras más / perfectas. / Las pendientes zarzamoras servirían para adornar las / mansiones celestes. / Y la más pequeña coyuntura de mi mano deja pequeña a / cualquier máquina. / Y una vaca que rumia con la cabeza agachada sobrepasa a / cualquier estatua, / Y un ratón es un milagro que hace vacilar a sextillones / de incrédulos”.