Publicado en El Nuevo Herald el 05 de agosto del 2016:
Cuando nuestro Santo Padre Francisco dijo en un vuelo hacia Cracovia que estamos en guerra, pero que esta no es religiosa, incurrió en un deplorable desatino. El abominable asesinato del sacerdote Jacques Hamel en Francia y los crímenes masivos de cristianos en el mundo musulmán, desafortunadamente desmienten a Su Santidad.
Lo anterior sin mencionar el ensañamiento de los terroristas fanatizados religiosos contra los judíos, o entre ellos mismos: chiitas contra sunitas; y desde luego, la millonaria contienda entre las teocracias de Irán y Arabia Saudita.
Cuando los más radicales seguidores del senador Sander le gritaban NO MORE WAR, al señor Leon Panetta, en la pasada Convención Demócrata, no hacían otra cosa que mostrar su patética ingenuidad, porque ya estamos en guerra. Una guerra que no podemos evitar porque el fundamentalismo musulmán la quiere, y no está dispuesto a ceder en su propósito de instaurar un califato mundial.
De tal manera que, en estos días encogidos nos tropezamos de nuevo con el viejo fantasma de la guerra, pero en versión diferente. Con un enemigo ubicuo e inasible, escurridizo, oculto, infiltrado entre nosotros, fanático religioso, repleto de odio contra lo que considera la decadencia occidental, dispuesto al suicidio para el logro de sensuales premios celestiales, en fin, una GUERRA FANTASMA pero muy real.
Otra cosa es que, el admitir que estamos en guerra y que ella está sacudida de religión, no debe conducirnos a desfigurarnos, a renunciar a nuestros valores democráticos para combatir el sadismo del enemigo. Es lo que quieren, llenarnos de miedo y rabia para que actuemos como ellos, para ellos poder alardear de víctimas cuando son victimarios.
Fortaleza democrática contra los terroristas, alianza con los musulmanes pacíficos, apoyo sin complejos a Israel, respaldo a nuestros cuerpos de seguridad, vigilancia popular sin paranoia, son algunas de las opciones para proteger la libertad y el humanismo.