En los años cuarenta, cincuenta y hasta los sesenta del siglo pasado, en las zonas rurales de Venezuela, como mi pueblo Caripe (estado Monagas), el cine mexicano era culturalmente dominante.
Una de las figuras emblemáticas de esa época de oro del cine azteca, fue el cantante y actor Pedro Infante, quien grabò màs de trescientas canciones y actuó en 60 largometrajes. Este hijo humilde de Sinaloa ganò en 1956 el Oso de Plata del Festival de Berlìn, por el filme “Tizòc”.
Cuando murió a los 40 años de edad mientras piloteaba su aviòn, en Mèrida, Yucatàn, se produjo una gran consternaciòn en Mèxico y toda la Amèrica Hispana, porque este hombre carismático y simpático había subido por esfuerzo propio desde la pobreza hasta la notoriedad internacional.
Despuès de su muerte brotaron las leyendas: desde que fue asesinado por orden de un poderoso amargado porque su mujer lo traicionaba con Pedro; hasta que no había muerto y vivìa en una insòlita clandestinidad. Incluso, en la década de los 80 de la centuria pasada, apareciò un cantante, Antonio Pedro, que se le parecía y algunos medios especularon con el asunto.
El domingo reciente estuve en Mazatlàn, Sinaloa, Mèxico, en la tierra natal del ídolo. Con los venezolanos Josè Pèrez Duràn y Josè Luis Rodas, visitamos el Museo de Pedro Infante, donde fuimos atendidos con fervor por la cuidadora de su casa Natal, la amable señora Ortega.